Me suspiró al oído antes de que le pudiera amar. Yo ya no
recordaba cómo era. No recordaba el ruido, ni los amaneceres. Me
estremecí
con el roce de su barba de tres días y su olor a puras
ganas de dolerme. Le miré de reojo. Le sonsaqué una sonrisa, de las de
verdad,
de las que dan calor. Tenía el pelo negro, pero el color de
sus ojos no lo supe adivinar, eran claros y bonitos y tenían mucho que
contar. Me conquistaba su manera de estar. Natural,
como si no tuviera cuerpo, como si estuviera en un segundo plano para los demás y supiera volar.
Sus manos tocaban como si siempre fuera la última vez. Me rozó con la cara,
me pudieron las ganas, me sentí desgarrada, me eché encima suya, le besé hasta el alma.
Me dejé caer en su hombro, en su
interior. Dejé que me conociera con las manos. Acarició mi pelo,
recorrió mi espalda, me apretó contra él, y antes de que me diera cuenta
ya era suya otra vez.
domingo, 12 de mayo de 2013
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