domingo, 12 de mayo de 2013

Noches cálidas de Septiembre

Me suspiró al oído antes de que le pudiera amar. Yo ya no recordaba cómo era. No recordaba el ruido, ni los amaneceres. Me estremecí
con el roce de su barba de tres días y su olor a puras ganas de dolerme. Le miré de reojo. Le sonsaqué una sonrisa, de las de verdad,
de las que dan calor. Tenía el pelo negro, pero el color de sus ojos no lo supe adivinar, eran claros y bonitos y tenían mucho que contar. Me conquistaba su manera de estar. Natural,
como si no tuviera cuerpo, como si estuviera en un segundo plano para los demás y supiera volar.
Sus manos tocaban como si siempre fuera la última vez. Me rozó con la cara,
me pudieron las ganas, me sentí desgarrada, me eché encima suya, le besé hasta el alma.
Me dejé caer en su hombro, en su
interior. Dejé que me conociera con las manos. Acarició mi pelo, recorrió mi espalda, me apretó contra él, y antes de que me diera cuenta ya era suya otra vez.

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